domingo, 13 de mayo de 2018

Maternidad y discapacidad

KAREN GUZMÁN·JUEVES 10 / MAYO/ 2018

Cuando hablamos del tema discapacidad, la sociedad por defecto piensa que somos personas totalmente dependientes de nuestros familiares y amigos cercanos. No nos ven como personas con actividad sexual, pues nos consideran los “eternos niños”. Esto es, en cuanto a una persona que ha vivido toda su vida con una condición de discapacidad. Pero, ¿Qué pasa cuando la sociedad conoce a una persona con discapacidad -en el caso, una mujer- que está totalmente fuera de esos estándars, que es incluso, profesional y madre?

Yo contraje, como ya muchos saben, la enfermedad de la poliomielitis a la tierna edad de 7 meses. A pesar de ello, puedo decir con alegría que viví una niñez normal. Crecí sin complejos e incluida en cada actividad de mi colegio, con mis compañeras que fueron y siguen siendo, mis hermanas. Realmente mi vida escolar y familiar era el alivio paralelo a lo que me tocaba superar con mi discapacidad. Los primeros 10 años de mi vida fueron de rehabilitación y gracias a ello, logré caminar si bien con ayuda de ortésis en ambas piernas, por mi cuenta. Finalicé mis estudios superiores e hice de mi vida lo que mejor me pareció: VIVIR FELIZ. Viajé, conocí lugares, personas, creé vínculos fraternos que aún perduran, sufrí también desamores como cualquier persona, pero los superé y seguí adelante.
En 2011 llegó el segundo golpe más grande de mi vida (el primero no fue ni siquiera sufrir la poliomielitis, porque realmente no recuerdo, era una bebé; sino la muerte de mi padre), y fue que se me activara el Síndrome Post Polio, que desde entonces me ha hecho padecer dolores que sólo puedo describir como estar en labor de parto sin pausa... Perdí el equilibrio, el dolor era insoportable al punto de perder mi fuerza, mi habilidad de caminar... Y mis ganas de vivir.
Fue hasta que me convertí en mamá, que recuperé mis fuerzas, mis ganas de seguir luchando, mi motivación y mi alegría. En 2014, me convertí en madre y aunque fue un embarazo de alto riesgo, lo viví con gran emoción y felicidad. Mi nena nació prematura, casi casi de 36 semanas (si no es que 36 el propio día que nació, jejeje). Respiró sola y llegó al peso mínimo para no estar en incubadora. Yo, por mi parte, paralizada pero viva. Gracias al equipo médico que nunca me abandonó y a mi comadre, Aleida, que fue quien me asistió en todo el proceso de embarazo y me ayudó a traer al mundo a través de una cesárea, a mi nena. De ahí en más todo ha sido cuesta arriba. No lograba moverme por mi cuenta sin sentir un horroroso dolor que hacía que la herida de la cirugía no doliera en lo absoluto; lloraba durante las primeras noches porque no me sentía digna de tener a un ángel tan bello como ella, creía que ella no merecía una mamá “inútil” como yo lo era en ese entonces. Esa sensación de ser inmerecidamente bendecida, me duró casi un año. Me frustraba por no poder ser la mamá que según yo, ella merecía... Un día me dí cuenta: Mi bebé me amaba tal y como soy. Para ella, no existe felicidad más grande que estar en mis brazos y, aunque sabe que mamá es diferente, para ella, eso no es problema.
¿ Cómo es un día como madre? En mi caso, mi mamá es mi mayor soporte. Ella jamás dejó que yo me rindiera y con paciencia me enseñó -de nuevo- que yo puedo hacer todo lo que cualquier persona puede. Me levanto con mi niña y bajo las escaleras sentada y después de dos o tres escalones, la bajo a ella tomada de la mano. Me gusta cocinar, aunque no siempre puedo por factor de salud o tiempo (por mi trabajo a veces) y mi mami me ayuda una vez más. Pero cuando cocino, lo hago con mucho amor y entusiasmo. Mi familia gusta de mi comida y eso me hace feliz, y ¿cómo no? Si tengo una pequeña asistente que está lista a preguntar: ¿Puedo ayudarte, mamá?
Yo me muevo en la casa, gateando y ahora, hace poco tiempo he comenzado a ponerme de pie nuevamente. Controlando no sólo el SPP sino la fibromialgia que desarrollé debido al dolor. Todos los médicos que han estado conmigo desde que inicié esta travesía, son dueños de mi más profundo agradecimiento. Todos han luchado a mi lado para que yo pudiera estar con y para mi hija. Ella es una niña traviesa, curiosa, muy inteligente, alegre y amorosa. Cada día despierto y lo primero que escucho es “mamá, te amo” seguido de un abrazo y un beso. Ante sus ojos, yo no tengo ningún problema, solamente soy distinta a otras personas pero soy a quién ella más ama y ella, por supuesto, es quien yo más amo en esta vida, junto con los demás miembros de mi familia.
La maternidad misma es un gran reto. Se es responsable por la vida y educación de un pequeño ser humano que depende de ti y cuando -como yo- se tiene una discapacidad física, el reto es doble. Pero, ¿saben? La recompensa, la felicidad y el honor, también es doble.
Soy una mujer y madre bendecida, porque Dios me mandó el regalo más grande a mi vida a través de una pequeña y perfecta niña que es la luz de mis ojos.... Simplemente, YO LE DI LA VIDA, PERO ELLA ME HIZO VIVIR...


No hay comentarios:

Publicar un comentario