domingo, 17 de diciembre de 2017

CUANDO EL AZAR TE TOCA CON SU VARITA MÁGICA –MARÍA JOSÉ RAMOS MESA


Como ya se han dormido las horas reglamentarias que corresponden a una mujer de mi edad cronológica, hago lo que es costumbre en mí cuando esto ocurre: escribir.
Y en este frío amanecer de diciembre vamos a filosofar sobre lo que significa padecer una enfermedad crónica durante toda tu existencia. En mi caso, la polio, prácticamente erradicada ya en todos los países civilizados gracias al avance de la medicina, y por ende, al descubrimiento de la vacuna, vacuna a la que no llegué a tiempo por muy poco. El mismo año en que el doctor Salt descubre la primera, en 1955, la poliomielitis se convierte en mi compañera de vida.
Sin embargo, ella y yo hemos aprendido a respetarnos y a querernos.
Nunca jamás me marcó, salvo en las limitaciones físicas que trajo consigo y en las cicatrices de la misma índole que las diferentes operaciones quirúrgicas dejaron en mi cuerpo. Ni que decir tiene que si me hubiesen ofrecido la posibilidad de elegir entre ella y la salud, la opción hubiera estado clarita y meridiana.
No soy yo fans de las corrientes buenistas ni del supermega positivismo que están tan de moda y que pretenden que la vida sea siempre un estado de felicidad absoluta y un "happy flower" continuo , porque creo que con estas teorías se engaña a la gente miserablemente y se llenan los bolsillos muchos desaprensivos sin escrúpulos.
La vida es dura, injusta y en muchas ocasiones muy cruel, dependiendo del azar más absoluto, lo que constituye en sí mismo un agravante a esta arbitraria crueldad. Esto no significa ni mucho menos que no merezca la pena vivirla, sobre todo, si ese mismo azar te ha llevado a nacer en un país sin guerra o te ha concedido el inmenso privilegio de acceder a la educación y a la cultura.
Y éste ha sido por fortuna mi caso. De una familia de origen muy humilde, tuve unos padres que se empeñaron en que mi educación era lo prioritario y que mi condición física no me hacía diferente a ninguna otra niña de mi edad. Cuando todavía no se hablaba de la inclusión social ni se la esperaba, (vivíamos en la época del Gran Dictador), yo ya iba a la escuela y estudiaba al lado de compañeras sin ningún tipo de diversidad funcional. Ya entonces mi diferencia me hacía única, enriquecía el mundo que me rodeaba y sembraba la semilla de la reivindicación.
Y así, entre el coraje de mis progenitores y en que siempre fui aquella rebelde que cantaba Jané ("porque el mundo me hizo así") o que nunca fui" esa niña callada y sumisa que dice sí a todo" (como pregonaba a los cuatro vientos, Mari Trini), fui salvando obstáculos y alcanzando las metas propuestas a nivel profesional y personal.
Es a esto a lo que me refiero cuando hablo de "la varita mágica". La enfermedad imprime carácter, nos dota de una intuición que ya la quisieran para sí las mejores videntes del mundo; nos enseña a valorar lo que realmente vale la pena y a relativizar los problemas cotidianos; aprendemos a distinguir a los conocidos, de los amigos; nos hace estar muy por encima de ciertas banalidades de la sociedad consumista en que nos ha tocado vivir; nos enriquece con una empatía y un sentido de la solidaridad que por desgracia no son muy frecuentes; la capacidad de saber estar en silencio con nosotros mismos nos proporciona una serenidad y una paz interior que llegan a ser en muchas ocasiones una fuente de salud; vivimos y disfrutamos con las pequeñas cosas del presente, porque el futuro es incierto para todos y en mayor medida para nosotros y, sobre todo, hemos aprendido a vivir sin miedo o al menos con la menor dosis posible del mismo.
Así que,aunque no todo sea " la vie en rose" , muchos como yo nos sentimos personas privilegiadas.




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